Entrevista publicada en el Butlletí 109 de FundiPau.
“La comprensión de cómo funciona el cerebro puede ayudar a perfilar mejor la educación para la paz”
Marta Burguet (Vilanova i la Geltrú, 1968) es doctora en Pedagogía por la UB y se ha especializado en paz y conflictos, educación en valores, mediación y relaciones educativas e interculturales. David Bueno (Barcelona, 1965) es doctor en Biología por la UB y se ha centrado en la genética del desarrollo y la neurociencia y su relación con el comportamiento humano. Son autores del libro Educació per a una cultura de pau. Una proposta des de la pedagogia i la neurociencia (Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, 2015)
¿Por qué combinar la pedagogía y la neurociencia en el campo de la educación para la paz?
La idea nace de un hecho muy simple: hasta ahora, la educación se había tratado desde una vertiente pedagógica, pero cualquier proceso educativo pasa por el cerebro, un órgano de naturaleza biológica. De forma similar, la educación para la paz se ha abordado tradicionalmente desde la pedagogía, la sociología, la psicología, la filosofía, etc., pero cualquier comportamiento humano —también los relacionados con la agresividad, la empatía, las emociones y el raciocinio (todos ellos clave en la cultura de paz)— tiene su origen en el funcionamiento del cerebro. Por tanto, la comprensión de cómo funciona el cerebro y de qué manera gestiona —y también genera— los conflictos, puede ayudar a perfilar mejor la educación para la paz.
¿Cómo tenemos que considerar el conflicto? ¿Debemos tratar de evitarlo?
El conflicto es inherente a la vida. En un mundo de recursos limitados y con necesidades no siempre cubiertas, una de las muchas interacciones con los demás es la conflictiva, a parte de la cooperativa, entre otras. Esto implica que sea irreal tratar de evitarlo. Lo importante es tratar de no gestionarlo de forma violenta, sino dialogada, pensando en el bien común que, por ser común, también preservará el individual. Por lo tanto, una de las prioridades para una buena educación para la paz sería procurar que los conflictos afloren para identificarlos, no para silenciarlos, sino para tratarlos. Es decir, poner en evidencia situaciones de injusticia para reconducir de forma noviolenta los posibles conflictos que puedan generar. Esta identificación ha de contribuir, según la manera como funciona nuestro cerebro, a abordarlos de forma razonada y no impulsiva, dado que la impulsividad puede llevar fácilmente a la agresión.
¿El ser humano es violento por naturaleza? ¿Su reacción instintiva ante un conflicto es hacer uso de la violencia?
La agresividad es consustancial a la naturaleza humana, de hecho forma parte del abanico de comportamientos posibles de todos los animales. Desde el punto de vista del funcionamiento del cerebro es una emoción, entendiendo por emoción, desde la perspectiva neurocientífica, un patrón de conducta predeterminado que se genera de manera preconsciente. Esto no quiere decir, sin embargo, que una vez generado no se pueda reconducir cuando lo hacemos consciente, y este sería uno de los ámbitos de trabajo de la educación para la paz: facilitar procesos de concienciación. La violencia, en cambio, es la culturización de esta agresividad, y se manifiesta en forma de comportamientos agresivos innecesarios o de una intensidad también innecesaria. Por tanto, una de las posibles reacciones instintivas es la agresiva, pero no la única. También está la huída. Para llegar al diálogo, sin embargo, ha de utilizarse la parte racional del cerebro, que se localiza en una zona diferente a la de las emociones, aunque están muy conectadas. De hecho, la agresividad es básicamente impulsiva, por ello uno de los aspectos de la educación para la paz es generar espacios de reflexión que aumenten el tiempo entre acción y reacción, para minimizar la gestión agresiva de los conflictos, que a menudo suceden por descuido; o en el caso de que se produzcan, poderlos detectar rápidamente y reconducirlos de manera consciente.
Cuando explicamos la historia en las aulas predominan los relatos de guerras y de sus vencedores. ¿Por qué se da tan poco espacio a las iniciativas de paz, a las personas que han conseguido cambios por vías alternativas?
Por un lado, nos atraen las historias de violencia, básicamente porque nos es más fácil gestionar los conceptos dualistas, de vencedores y vencidos. Sin embargo, en todos los vencedores hay también muchas pérdidas (tanto en forma de vidas humanas como materiales y morales) y en los vencidos también hay ganancias. Por lo tanto, explicar una historia escindida es irreal, y este es uno de los retos de la pedagogía de la paz, que sea conciliadora de contrarios, donde emergen también los valores contra culturales. Y esto implica espacios de reflexión, dado que la inmediatez predispone a las conclusiones binarias, por su mayor facilidad de comprensión.
Últimamente, por lo menos en nuestro entorno cultural, la violencia se ha ganado un estatus de normalidad. Convivimos con ella diariamente. En este sentido, los videojuegos violentos (algunos hasta extremos alarmantes) ¿son realmente inocuos para los jóvenes y se pueden considerar una catarsis para liberar tensiones de forma inofensiva, como pretenden sus defensores, o su abuso puede alterar la visión de la violencia y relativizarla?
Depende de muchos factores, entre los cuales los de la idiosincrasia biológica, que depende en parte de la constitución genética de cada uno, pero también de la forma en como se han ido modelando las conexiones dentro del cerebro en contacto con el ambiente, incluido el ambiente social, cultural y educativo, y por descontado, en gran medida, también del aprendizaje social y cultural. Hay personas más predispuestas que otras al uso de la violencia. Según el caso, puede ser realmente un elemento de catarsis, o de relativización e incluso de incentivación al uso de la violencia.
En esta línea, se justifica el exceso de noticias violentas en los medios de comunicación (guerras, atentados, crímenes, abusos policiales) porque son hechos excepcionales, y lo pacífico no es noticiable. Pero el efecto sobre los ciudadanos, ¿no puede ser precisamente el contrario? ¿Que se consolide la visión de que mundo es un lugar violento y peligroso?
Como hemos dicho antes, implica una visión dualista de la sociedad y de la historia e historias. El mundo puede ser un lugar violento y peligroso, pero no sólo es así. Gestionar de manera pacífica los conflictos implica también asumir riesgos y vivir en un margen amplio de incertidumbres e inseguridades. En relación a cómo el cerebro gestiona las emociones, a menudo puede parecer que conquistar e imponer es más seguro que convencer y acordar. El proceso de convertirse en persona adulta significa aprender a manejar de manera equilibrada estos riesgos inherentes a la existencia humana. En este contexto, lo pacífico será noticiable cuando nos demos cuenta de que también forma parte intrínseca de los procesos violentos. Un ejemplo claro podría ser la independencia de la India, el fin del apartheid en Sudáfrica o los procesos de solidaridad que se producen entre conciudadanos, incluso entre los que se encuentran en bandos enfrentados, en situaciones de crisis económica, social, bélica, etc.
¿Este estatus de naturalidad de la violencia, podría ser la causa o, por lo menos, parte de la explicación de casos como el acontecido recientemente en un Instituto de nuestro entorno?
El reciente caso de este Instituto parece indicar que se trata más de un tema de salud mental, no por ello menos preocupante, porque desgraciadamente va en aumento en nuestra sociedad. Esto nos pone en alerta de los niveles de salud que, en estos casos, también tienen correlación con la educación para la paz, tanto en clave pedagógica como neurológica. Los vacíos existenciales —sin indicar que sea este el problema de fondo del caso concreto— también están en el trasfondo de las acciones violentas, tanto hacia otros como en relación a la violencia ejercida sobre uno mismo. Por eso hay toda una vertiente pedagógica que tendría que orientarse a consolidar el sentido de la existencia misma. Aquí es dónde todo el trabajo de la interioridad y la autenticidad tienen mucho por hacer. A menudo el camino más largo a recorrer es hacia adentro. Difícilmente una persona feliz, mentalmente saludable, iniciará una situación violenta —pero sin embargo puede responder de forma agresiva si se siente amenazada, con independencia de que la amenaza sea real o simplemente presupuesta.
¿Tanto en el ámbito personal como en el comunitario, se puede llegar a recuperar la convivencia y a olvidar los agravios sin un proceso de reconciliación y perdón bien hecho?
La clave para asegurar un buen proceso de paz siempre está en la aceptación y la reconciliación. ¡Cuántos tratados de paz quedan en papel mojado porque los dirigentes los firman pero la ciudadanía tiene que de seguir conviviendo puerta con puerta con quien mató o agredió a un familiar o amigo! Una paz impuesta no se sostiene en el tiempo. El antídoto es la reconciliación. Mirar a la cara del agresor y estar dispuesto a continuar conviviendo con él requiere un alto grado de fortaleza interior. En estos procesos se debe tener presente que el mayor beneficiario es uno mismo, independientemente de si se trata de la víctima o no. A nivel de funcionamiento del cerebro, se ha visto que quien perdona recibe más beneficios en cuanto a la gestión del estrés y a la producción de hormonas del bienestar que quien es perdonado. En definitiva, la reconciliación invita a romper el círculo de débitos y créditos de violencia, no sin una necesaria justicia, entendida más allá de la mera justicia distributiva o equitativa. Aquí están haciendo un papel importante las justicias transaccionales y retributivas, que incorporan los agravios morales y emocionales, así como la reconciliación y reparación de los daños ocasionados.
El miedo al otro es lo que despierta los instintos de autoprotección que se pueden manifestar en reacciones violentas. ¿El conocimiento mutuo puede llegar a diluir este miedo?
El miedo es una emoción necesaria para sobrevivir. Desactivarlo nos pone en peligro, pero en exceso nos impide vivir y, además, predispone a manifestar comportamientos agresivos, dado que se gestiona también en la zona de las emociones del cerebro. Ciertamente, el miedo es una puerta hacia la violencia, dado que una de las maneras más automáticas de gestionar las situaciones de peligro es a través de las respuestas agresivas, que se desencadenan de forma preconsciente. Todos conocemos actos temerarios que han cambiado la historia, tanto por liderar procesos de justicia como por haber exterminado una población. Ciertamente, lo desconocido genera miedo; por precaución, nuestro cerebro identifica inicialmente a las personas o situaciones desconocidas como una posible fuente de peligro. Por lo tanto, todos los procesos que inviten a ampliar el conocimiento entre unos y otros, evitarán las desconfianzas, que son la base del miedo. La cuestión, por tanto, es aprender a gestionar el miedo, no a evitarlo.
Se debe tener presente también aquí el miedo a uno mismo, a descubrirse y a conocerse. A fin de cuentas, de quien es más difícil huir es de uno mismo. La propia rabia contenida, en ocasiones, está en el origen de acciones violentas. Las pedagogías que invitan a conocerse, tanto interna como externamente, facilitan procesos de aceptación —no resignada— de donde emergerán vínculos de confianza. Ganarse la confianza requiere tiempo, cronos, algo escaso en nuestra sociedad. La sensibilidad para descubrir el tiempo oportuno de estar atento, el Kairós, puede ser contracultural pero no contrario a la paz.
Volvemos nuevamente a la necesidad de generar espacios de reflexión y atención, donde conocerse a uno mismo y también a los demás, de compartir y convivir como mecanismo para que, dentro del cerebro, los otros y sus opciones y creencias pasen a formar parte del propio grupo. En este sentido, ya desde los primeros meses de vida, el cerebro aprende a distinguir instintivamente los “propios” de los “otros”, y establece una regla de doble moral que favorece siempre a los propios, de manera preconsciente. Por tanto, la aceptación de los otros ha de llevar a diluir esta regla de doble moral, fuente de injusticias y, en consecuencia, de conflictos, o al menos habría de contribuir a gestionar los conflictos de forma menos agresiva.
En el ámbito internacional, algunos países justifican la tenencia de armas nucleares como medida de disuasión para evitar el ataque de otros países. ¿La amenaza es una forma de violencia?
Tanto la amenaza como el sentirse amenazado son formas de violencia, y el cerebro las percibe de forma extremadamente rápida como una agresión externa, de manera que activa mecanismos preconscientes para combatirlas. Quien se siente amenazado a menudo se sabe con algún bien, preciado por el otro, que no puede o no desea compartir. Quien amenaza, a menudo vive en una envidia material o incluso existencial, que lo lleva a querer usurpar al otro lo que es suyo. Por otro lado, deberían repensarse los criterios de propiedad i de apropiación, tanto de bienes materiales como de saberes culturales e intelectuales, o hasta de afectos y relaciones. Vivir descentrados, sin voluntad de apropiarse de nada ni de nadie, elimina sensaciones de amenaza.
Un deseo.
Atreverse a vivir con plenitud desde la dignidad individual y colectiva.